Hace bastante tiempo, por el 2013 o así, escribí un cuento. Un cuento sobre una ciudad muy blanca, y unas mentes demasiado coloridas para ella. Hoy quiero compartir, lo que se podría llamar su secuela, o su sucesor, o simplemente el desastre que es mi mente.
Erase una
vez, un hombre con una cabeza llena de ideas revolucionarias, pero sin las
palabras para expresarlas. Soñaba con reformas y cambios, acompañados de
estadísticas y cifras demasiado complejas para memorizar.
Quería cambiar una
sociedad que no entendía. Su idea era noble, pero su ejecución pésima.
Formulaba promesas que no tenía el poder de cumplir, se refugiaba en futuros
imposibles, en vez de actuar en el presente. Y antes de darse cuenta, se
convirtió en parte de la sociedad que tanto detestaba.
Érase una
vez, una niña que se pintaba los labios color carmín, buscando un beso que se
lo quitara. En las noches llenas de luz, recorría las calles, anhelando labios
que la atraparan y ojos que no la dejarán escapar. Enamorada de la idea del
amor, aterrorizada por nunca encontrarlo, cuando aún no se había encontrado ni
a sí misma.
Fantaseaba
con un príncipe que la hiciera perder la compostura, cuyo reino fuera la parte
vacía de su cama, y sus súbditos sus suspiros. Un amor, tan grande, que pudiera
dar sentido, a todo aquello que nunca lo había hecho.
Érase una
vez, un chico gravemente enfermo, para cuya dolencia no existía cura alguna. Buscaba
cariño en brazos equivocados, deseaba sentir el roce de las manos erróneas. Su
corazón le traicionaba, al desbocarse ante la mirada de su vecino. Antinatural. Ese era el nuevo nombre, con el
que habían denominado, a lo que sentía.
Y mientras
él, se preguntaba, como podía, algo tan grandioso como el amor, ser considerado
una enfermedad.
Érase una
vez, una mujer que quería ser más que una mujer. Formulaba preguntas, cuya
respuesta nadie le ofrecía. ¿Por qué rosa para las niñas y azul para los niños?
¿Por qué muñecas en vez de coches? ¿Por qué barras de labios y no videojuegos? ¿Por
qué aprender a cocinar y no a cambiar una rueda? ¿Por qué princesas que
necesitan ser salvadas? ¿Por qué “peleas como una chica”? ¿Por qué “zorra” y no
“zorro”? ¿Por qué el hombre de negocios y la ama de casa? ¿Por qué él y no
ella?
Cuando sus
dudas no fueron resueltas, decidió compartirlas, esperando que alguien pudiera
ayudarla a solucionarlas. Hablo y habló, hasta que su voz se apagó. La mayoría
de la gente no la escuchó, sus oídos aletargados por la comodidad de la
monótona vida, pero otros lo hicieron.
Érase una
vez, personas maravillosamente locas, que vivían en un bello mundo, aún más
loco que ellos.
Y quizás
sea esa la verdadera ciudad dormida, aquella indiferente a esta locura.
-Marina. S